"Mierda, otra vez las siete y media de la mañana. Tengo un poco de frío, quiero galletas, un vaso de leche, y volverme a dormir. Oh, clase de física a primera hora, que agradable. En fin, no hay alternativa. [...]
desayuna rápido, vístete, llama cuarenta veces a tu hermano, para que después se despierte tarde, vaya sin prisa, tengas que aguantar conversaciones que no van contigo, y para colmo, no veas a esa persona que tantas ganas tienes de ver.
Llegas sudando a clase, te sientas, muerta de sueño, sin ganas de abrir el libro y empezar a leer cosas sobre la fuera centrípeta, las vueltas, y la madre que las parió a todas. Aún así, intentas mostrar la mejor de tus sonrisas, para que la gente no haga preguntas y de paso, intenten sonreír ellos también.
Después de 55 minutos, suena el timbre. Descargas los libros en la primera mesa libre que ves, coges la sudadera, y bajas corriendo al gimnasio, con la esperanza de encontrarte con alguien que te dé un fuerte abrazo y te pregunte como te han ido las cosas. Pero no, no pasa nada. Cuando llegas al gimnasio, viene un compañero intentando sacarte de quicio, y tú, pensando en que no puedes estar peor, le contestas para que te deje en paz. En eso llega otro, y te tapa la boca mientras te tira al suelo.
Porque sí, mi clase es lo más optimista, alegre y gratificante que te puedas encontrar un lunes a las ocho de la mañana.
Eso te pone de mala hostia, y te acuerdas de que lo mucho que has conseguido hacer en todo el finde es sonreír de una manera absurda, y pensar en hacer algo que luego nunca haces.
Después de todo el barullo, consigues abstraerte del mundo durante el resto de las clases, movidas para arriba movidas para abajo.
Pero hoy tenia un motivo para no estar triste todo el día. Como, duermo lo imprescindible, y salgo corriendo a dar mi primera clase. No ha estado mal. Me ha gustado, y además me pagan. De lujo. Ceno corriendo, y a estudiar matemáticas como una loca. Mientras tanto, no puedo dejar de pensar en ella. Me la he cruzado esta mañana, y, sus ricitos al viento, su ropita rosa, su carpetita entre los brazos... Parecía sacada de una película de Hollywood, mientras que yo, sudada, con mi chándal, y cargada hasta los topes corría para llegar a casa y apretaba los puños con tanta fuerza que apenas los sentía. Me siento fea, fea y tonta por querer compararme con ella. Somos muy distintas, pero... joder.
Así son mis días. Ahora es la una y media de la madrugada, no tengo sueño, quiero organizarme las ideas, y para variar, no estoy de humor. Mañana llegaré a clase y será un día igual que hoy: un martes a las ocho de la mañana con mis compañeros, tan amables y optimistas como siempre.
Viva la monotonía.
Por eso, muchas veces me gustaría tener somníferos, para poder dormir y soñar todo lo que me diese la gana y más.
Aún así, no pierdo la esperanza, espero poder cambiar un poco algo, conseguir que alguien sonría, solo por disfrutar un poco del día."
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2 comentarios:
Hola, perroflauta.
Si sigues necesitando los somníferos, la cosa es muy sencilla. La próxima vez que te tape la boca (y la nariz, recuérdamelo que a veces lo olvido), no quitaré la mano y podrás dormir felizmente.
Si sigues necesitando el abrazo... apáñatelas como puedas.
Aguanta como se te ocurra los menos de dos meses que te quedan para librarte de mí y ya no tendrás que ir sudada a ningún sitio para aguantarme, es más, no tendrás que ir a ningún sitio. Chao.
Un poco de realidad no viene mal, aunque princesa... El mundo no es tan feo como pasárselo durmiendo, ten en cuenta de que estas tu para que la teoría del "mundo sin sentido" pierda el valor.
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