13-4-11, clase de historia.
Llevaba algunos días queriendo actualizar, y siempre se me olvida. Tengo tantas cosas que decir (y a la vez, tan pocas) que se me olvidan más de la mitad incluso antes de ponerme a escribir.
Empezaré por decir que, cumplir los 17 no ha sido ningún cambio significativo (por el momento), sino más bien una marca de tiempo más en el orden de sucesos.
Me siento continuamente en cambio, materia alterada.
Por una parte, noto que poco a poco voy creciendo. Y no me refiero con ello a ganar un par de centímetros (que pensándolo bien, no me vendrían nada mal), sino a que siento que cada día tengo más ganas de ser independiente, de poder hacer más cosas cuando y como yo quiera, de probar experiencias nuevas y de mostrarme tal y como soy. Sé que me estoy encontrando, yo, tal cual, y estoy averiguando todo lo que deseo y como lo deseo. No solo he vuelto a ser la que hace mucho tiempo que no era, sino que además he añadido cosas nuevas que me hacen sentir mucho mejor.
Pero por otra parte, me reclama una niña pequeña. Esa que creía que con un abrazo se acababan todos los problemas, que no paraba de pintar, que miraba a todos con timidez escondida detrás de un flequillo.
Y yo, la persona más indecisa del mundo, no sé muy bien que hacer. Voy cogiendo lo que más me gusta de ambas partes, pero hay momentos en los que ellas colisionan y no consigo reaccionar. Ante esto, he adoptado una actitud de relax, y que el tiempo se encargue de poner cada cosa en su sitio.
Tengo ganas de cambiarlo todo. Quiero aprender a decidirme y a ser un poco más impulsiva. Sigo con mi propósito de quemar incienso. Me encanta ver como se mueve el humo por la habitación acariciando los muebles, como si fuera una nubecita. Voy a quitar ese amarillo limón de la pared de mi habitación y lo voy a cambiar por un azul precioso, un azul efímero como todas las cosas de ese color que nunca se pueden coger. Y si puedo, haré que unas cuantas notas floten sobre él.
Definitivamente, voy a comprarme una guitarra. Azul, por supuesto. Ya la mostraré cuando la tenga.
Y, tras una semana un tanto movidita, se me ocurrió la idea de pensar que el karma era el causante de todo ese movimiento. Empecé a darle vueltas y bueno...
El ser humano lo hace todo por interés. Absolutamente todo, desde el momento en el que nace. Lloramos porque buscamos cariño, tenemos hambre, no podemos dormir. Incluso el acto que más solidario nos pueda parecer, es egoísta en el fondo. Cuando ayudamos a alguien, inconscientemente lo hacemos porque conseguimos saciar esa necesidad de sentirnos bien con nosotros mismos.
Por otra parte, la creencia budista afirma que el karma se encarga de recompensar los buenos actos con otros iguales o mejores, ya sea en esta vida o en las futuras.
Si por una vez, nos dejásemos llevar por esta creencia (aunque estuviese fomentada por un interés egoísta) y ayudáramos a los demás, e hiciésemos buenas obras por obtener algo a cambio, creo que conseguiríamos hacer del mundo un lugar mejor.
Bueno, y va siendo hora de planchar la orejita y evadirme del mundo como estoy acostumbrada a hacer. Au revoir! Thanks for watching!
jueves, 14 de abril de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)


0 comentarios:
Publicar un comentario